viernes, 21 de febrero de 2014

Pronto festejamos el cumple la Hna. Mariana

Los 90 años de la hermana Mariana

Los 90 años de la hermana Mariana 
Ese cuerpo no logra contenerla, y entonces ese cuerpo hace lo que puede con esa mujer que nunca supo quedarse con los pies quietos. Desde que llegó a este lugar, en 1987, hasta ahora, 2014, ha estado moviéndose, yendo de aquí para allá, visitando gentes, recorriendo calles que serpentean entre casitas desacomodadas, asistiendo a todos, tendiendo una mano.
Es una monja de la vieja guardia, la hermana Mariana, nacida como Elvira Bustos, en Villaguay, hermana de 18 hermanos, anotada a los 21 años en la congregación de las Franciscanas de Gante, que persevera, a su modo, en lo que cree, en lo que siente: no se saca el velo de monja, a pesar de que su congregación lo permite. Usa el velo, siempre, y el hábito de monja, el hábito que la muestra como lo que ha sido, como lo que es, una monja de barrio.
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El 6 de marzo, la hermana Mariana cumplirá 90 años, y todo el barrio, toda la comunidad –la monja ha puesto a andar Cáritas, un centro de día, una escuela, un centro de capacitación en artes y oficios, un servicio de apoyo escolar, un jardín maternal, una capilla en la amplia geografía del barrio Gaucho Rivero—festejará el acontecimiento. Habrá una misa, porque a fin de cuentas la hermana Mariana es mujer entregada a Dios, y habrá, también, una cena comunitaria.
Esta monja, como se dijo, es de la vieja guardia: llegó a uno de los bordes empobrecidos de la ciudad y nunca más se despegó de allí, y dice, con el convencimiento que sólo dan los años, que allí la encontrará la muerte, el día que la muerte y ella se encuentren. Me lo dijo el día que la visité, cuando estaba a punto de cumplir 88, y estaba recién operada de la vista, y llevaba puestas unas gafas muy oscuras.
La había visitado en varias ocasiones, pero esa última vez me convencí de que estaba frente a una mujer fuera de serie.
“A los 21 años ingresé a la congregación, donde todavía estoy. Y no creo que ahora vaya a salir”, me dijo aquella vez, con esa sonrisa pícara, brillante, clara como un día de primavera.
Antes, claro, tuvo otros planes. Quiso ser monja misionera, irse al Sur del país, pero no pudo: la enfermedad de su madre la ató aquí, y cuando cayó en la cuenta, sus planes habían cambiado.
“Mi ideal era ir al Sur, a trabajar con los indios mapuches. Quería irme a trabajar con los dominicos al Sur. Pero por la salud de mamá no quise irme lejos. Mamá se puso enferma, y no quise despegarme de al lado de ella. Y después ya no pude irme más. Cuando me vinieron a buscar los dominicos, yo ya estaba acá, trabajando en Gaucho Rivero, así que no pudo darse. Después, ya nunca me quise ir. Desde que vine acá ya no me fui nunca más. No sé, tal vez si me permiten mis superiores, moriré acá. Creo que no me falta tanto para eso”, contó la monja.
Pasaron dos años, la hermana Mariana sigue vivita y coleando, aunque con los achaques de la vejez: si antes tenía problemas con la visión, ahora el asunto es con la audición, pero ni una ni otra cuestión la alejan de sus rutinas.
Dice que, aunque en los papeles está jubilada, en los hechos sigue tan activa como su cuerpo de lo permite, y que la jubilación, sin apelaciones, vendrá ese día y no otro. Dice: “En realidad, el de arriba me va a jubilar, y me va a decir hasta cuándo seguir”.
Nada de eso, por ahora: sólo festejos, los 90, de la hermana Mariano, el 6 de marzo, junto a su gente. Ahí nomás, en el barrio Gaucho Rivero.


Ricardo Leguizamón
De la Redacción de Entre Ríos Ahora